DESDE EL OJO DEL ÁRBOL
Agazapado, tenso,
con el huracán en el ojo,
camino sobre el mundo
con la esperanza
de que un hombre nuevo
se levante.
Sabemos que la quietud
no sirve
para sacar las espinas
que mantienen despierto
al intestino,
ni que los dos maderos
que clavan mi otro yo
pueden oscurecer el rayo cenital
que habita en los caminos.
Si estuviera inmaduro,
buscaría un pretexto
para decapitar al pez
que viaja rectilíneo,
o dejaría que se mantenga
quieto el rascacielos
que juega en la sombra
del agua.
Pero sabemos
que vienen otros tiempos,
que la memoria
ya no está deslumbrada
y que los dientes
son piedras preparadas
para romper
el miedo que nos ata.
Por eso poco importan
los minutos de espera,
si sabemos que viene
la innovación secreta,
en el ojo del árbol
o en la raíz del agua.
LA HORA DE LOS CONEJOS
En la noche,
cuando tienes sumergida
la caricia
en un nudo de arena,
cuando de tu presencia
solo habla
la huella de la luciérnaga,
buscas la voz del fuego
para alumbrar tu rostro.
En la noche,
cuando desfilas por la hierba
en busca de tu hermano
y bañas tus recuerdos
en las alas viajeras
de tu ancestro,
desconoces el nombre
que te pusieron
dos veces al revés
para ocultar tu nombre
.
Cuidas tu noche
porque sabes que servirá
para escapar del látigo,
para contar los capulíes
y dar vuelta al mensaje
que danza en la fogata.
Tu vienes por la noche
y tus manos
se van por las veredas
buscando las huellas
de los conejos
o la cascada gris
de la neblina.
Por eso tienes
las rodillas en punta,
la lengua afilada
para beber las sombras
y los brazos atentos
para decapitar los grillos
que te espantan.
FUENTE: http://poesiadeecuador.blogspot.com/2007/11/alfonso-murriagui.html
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